jueves, 1 de octubre de 2009

Octubre: llegaron las carabelas.


Octubre, décimo mes del año en el Calendario Gregoriano, tiene 31 días y dicen que su piedra es el ópalo y su flor, la caléndula.
Entre las cosas que una recuerda es el famoso día de la Raza, que ya no es más que un recuerdo, porque ahora es el Descubrimiento de América y punto. Ojo con lo del punto porque sigue siendo feriado: sigue siendo tan importante este descubrimiento que sale en rojo en el almanaque igual que el 1° de enero o de mayo. ¿ Por qué será?
Es largo y discutido esto de que ni Colón llegó a las Indias, ni descubrió nada que no hayan descubierto otros sin tanta publicidad antes que él. De las masacres que luego ocurrieron se han ocupado muy poco por ejemplo los cineastas que sí se ocupan a diario de recordar el holocausto de la segunda guerra mundial.
Bueno vamos a reconsiderar esto último que apunto: tampoco se han acordado mucho de las matanzas africanas, debe de ser que cuando los etnocidios son contra razas no blancas, se consideran menores y no muy dignos del celuloide. Y lo dice una cinéfala, pero a pesar de mi amor por el séptimo arte debo reconocer que tiene en el debe una deuda insaldada con estas matanzas atroces.
Desde aquel lejano 12 de octubre y al grito de tierra: nada fue igual para este continete bravío de colores, salvaje de paisajes, exuberante de pasiones que van desde el mar hasta la montaña. Ni para los que habitaron antes ni para los que llegamos merced de otros inmigrantes que venían a hacer la América.
España, Portugal e Inglaterra llegaron después de repartirse papalmente el mapa de entonces y ya nada fue igual. Murieron muchos, padecieron tantos, se perdieron testimonios, cultura, lugares, costumbres; se importaron animales, personas, objetos, culturas, valores y dioses. Se saqueó, se violó y se amordazó. América entera fue despojada de ancestrales tesoros que iban desde el maíz hasta el oro y visceversa.
Este crisol de razas que somos hoy es resultado de muchos ires y venires que aún no terminan poque a pesar de todo, este continente sigue teniendo reservas maravillosas. Lástima que siempre somos los últimos en enterarnos y ponerles un justo precio.
Octubre por estos lares siempre traerá a mi mente al bendito almirante genovés que llegó con la cruz y la espada, lleno de esperanzas y soberbia, lleno de ilusión y ambición.
Tal vez después de dejarles estas palabras vuelva a leer por quinta vez las hojas ya amarillentas de mi libro: Las venas abiertas de América Latina, donde Eduardo Galeano, con su mágica forma de decir, abraza las ilusiones rotas y muestras cifras de cobros que no se pueden negar.
Es así, ¿ nuestro sur será el norte un día?

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Enrique Medina