domingo, 28 de junio de 2009

Recordando a Marosa.


Sólo porque sí, porque es invierno y el chocolate, el café y el fuego me recuerdan a Marosa. La de aquí, la de Salto, la apasionda llena de versos casi perfectos, llena de fuego para el invierno. Marosa que escandalizó a su pueblo con una poesía que llevaba útero y sangre, que poseía bestias o amaba hombres, que es lo mismo, una mujer llena de profundo misterio. Y no era una pose.
Ella misma era en sí un ser misterioso y meditante. Recuerdo el escenario lleno de flores, gladiolos, para que ella subiera a recitar con una voz de terciopelo opaco, sus lujurías infantiles. Y digo infantiles porque su pasión en versos, tenía candor juvenil.
Sus versos inundaron esta ciudad con miradas sospechosas allá cuando ella era una jovencita que solía, además, tomar sol desnuda, para escándalo de todo el pueblo.
Yo la conocí cuando publicó uno de sus últimos libros, Camino de las pedrerías y la quise mucho, me gustaba detenerme en su tiempo y soñar con sus ojos los senderos tibios y enamorados que se le antojaban. Tomamos café y vino rosado varias veces.
Marosa supo conquistar una prensa literaria muy especial su prosa, rápida y eficaz como una flecha llena de dardos sangrientos se para en el alma de quien la lee. No te mata, sólo te rompe las filas del razonamiento. Marosa es tan mujer que puede romper sin matar, amar sin escapar, poseer sin darse, parir sin dolor...Marosa es así, mujer, fémina absoluta.
No siempre se puede leer a esta mujer apasionada y locamente libre. Pero es un ejemplo a seguir: los sueños no están a la mano, están siempre lleno de espinas y entregas. Ella tejió su sueño con mucho amor, sus libros están llenos de poemas fogosos, apasionados, todos paridos con dolor y también, llenos de recuerdos cálidos y tiernos.
Su prosa es compleja pero vale la pena leerla sin temores: tal vez puedan descubrirse en algún rincón de sus libros.

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Enrique Medina