sábado, 14 de agosto de 2010

DÍA DEL NIÑO

Hoy voy a escribir sobre un tema que realmente no tiene que ver con Internet, ni fractales, ni nada que se le parezca, sino con las circunstancias de la vida.
Hace años que tenemos señalados en el calendario anual, diferentes días de índole comercial que han prendido muchísimo en el imaginario popular: el día de la madre, el del padre, el del abuelo, el del niño. No se agotan con estos ejemplos, simplemente, menciono a los más “cotizados”.
Este domingo 15 de agosto se conmemora el día del niño. Cabe preguntarse si “el día del niño” no debería ser siempre, y también hay que cuestionarse si todos los niños lo celebran, y reciben regalos por el simple hecho de ser niños. Todos sabemos que no es así. Algunos privilegiados reciben obsequios, otros, en cambio, están condenados a la mendicidad pidiendo una monedita en los semáforos, pasando frío, comiendo poco y mal y sin ninguna protección.
Hay que tener en cuenta que todos los niños,- y cuando digo todos, me refiero a la población infantil del país – tienen derecho, como está establecido, al juego, a la libertad, a una familia, a la protección adulta, a una adecuada alimentación, a disfrutar de una cultura, a un nombre a una nacionalidad, y a vivir en armonía. No se agotan los derechos en esta nómina, pero sí creo que son los más importantes.
¿Por qué anoté en primer lugar “el derecho al juego”? Porque el primer derecho que debe tener un niño es precisamente a eso, a “ser niño” y lo lúdico es una parte esencial de la infancia. Un niño feliz juega. Un niño sometido por sus padres a estar colgado o a caminar, con riesgo de vida, entre medio de los autos para llamar la atención y, de esa manera, obtener una moneda, no juega. Es un lamentable instrumento para conmover y provocar la conmiseración. Sin embargo, he observado que, muchas veces, el espectáculo reiterado de los niños pidiendo en las calles, no produce más que desagrado y molestia. La deshumanización es brutal.
¿Habrá alguna fórmula para cambiar este “mundo del revés”? Porque nada que hagamos si no está amparado por un sentimiento de solidaridad, será efectivo para mejorar la convivencia humana.



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Enrique Medina