En estos días, los miembros de este blog estamos viviendo algunas situaciones personales difíciles. El grupo, llevando a la práctica lo que enseña (hago lo que digo), ha utilizado con mayor asiduidad todos los recursos que esta tecnología ofrece. Fueron y vinieron mails, comentarios en Facebook, llamadas en Skype y conversaciones en el Messenger, todo para lograr acercarnos a quien nos necesitaba en cada ocasión y hacerle sentir que no estaba sola: “Aquí estamos sin importar la distancia” que, deja de ser un allá, para convertirse en un cerquita; deja de ser exterior, para llegar hasta el interior de los sentimientos y lograr esas caricias espirituales que tanto bien hacen, que dulcifiquen las puntas filosas de los problemas.
Esto nos ha llevado a pensar en otra de las muchas opciones de esta red de redes, Internet. Más allá de los sitios educativos, de los juegos, de la información pura, existe esta posibilidad de traspasar las barreras de tiempo y espacio que proponen las redes sociales y que en forma transversal en todos los casos, nos acerca a lo mejor que de humanidad podemos tener cada uno.
Pese a las teorías cientificistas o academicistas, y como ha ocurrido a lo largo del tiempo, las tecnologías -- ya desde aquella primera: la escritura—pueden ser humanizadas acorde al uso que de ellas hagamos. De esta manera, se resignifica el sentido relacional.
Internet, según nos lo propongamos puede ser el gran ecosistema en el que convivan hardware y software con valores que rescaten la empatía, la solidaridad, el respeto y la generosidad.
Entre tanta muestra de deshumanización se hace cada vez más evidente la necesidad de crear nuevos espacios para la dignidad humana entre el cúmulo de datos, a veces hasta ofensivos al sentido común y al proceso civilizador y evolutivo del ser humano.
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