Mis compañeras blogueras volaron certeramente por el tercer entorno mientras yo –en cambio- anduve por zonas más terrestres. Sin embargo, eso no quiere decir que el tema no me interese.
Más de una vez he notado que lo que comúnmente llamamos “casualidades” tienen vínculos extraños que nos llevan a replantearnos situaciones. Casi todos hemos experimentado en alguna ocasión, alguna casualidad que aceptamos con una sonrisa. Por ejemplo, pensamos en una amiga o familiar que está lejos y recibimos-sorpresivamente- una comunicación de esa persona. O tenemos un sueño y lo comentamos jocosamente y a los pocos días ese sueño se viste de realidad. Cosas así. Los artistas suelen tener esos percances, sobre todo los que son enormísimos cronopios, como Julio Cortázar. Basta leer algunas de sus reflexiones para enterarnos de sus experiencias.
Como dice el dicho: “yo no creo en brujas, pero que las hay, las hay”.No nos neguemos a aceptar que la realidad tiene aristas desconocidas y que hay misterios que no hemos podido resolver aún. El sentido común es el que nos hace buscar denodadamente las explicaciones racionales. Pero, la línea que separa a la realidad de la ficción no es tan tajante. Lo que fue ficción en el siglo XIX, dejó de serlo en el siglo XX. Y lo que a veces soñamos, repentinamente, se puede convertir en realidad.
A mi me gusta pensar que mis sueños-los positivos, claro- algún día podrían convertirse en realidad.
Y no puedo negar que encontrar un tesoro oculto me vendría muy bien en estos malos tiempos que corren.
Lean este precioso cuento tradicional en la versión de Jorge Luis Borges, que no es la única, pero sí es una de las mejores. Y ¡a soñar!
¿Quién nos dice que es imposible que aparezca una fortuna en nuestra cotidianidad?
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